Luciana (Novela). Capítulo II y III

Capítulo II – El Ejército.

Aquí puede leer el primer capítulo.

Antes de llegar a la entrada del Metro, se quedó observando a todas aquellas personas que pasaban por aquel paisaje gris, vio con detenimiento cada detalle de algunos de ellos que escogía al azar, -esta muchacha de azul, seguramente va a comprar algo, nada más hay que verle esa mirada alegre, ahora sonrió, entonces son zapatos lo que se comprará, aquel joven de mezclilla con cara de bobo y mochila no tiene otro lugar al que dirigirse sino es la universidad, la señora del vestido verde se ve que va a pagar algo por la cara de enojada que tiene, me parecen todos de mentiritas, es cómo estar viendo la televisión- se decía Luciana, que tenía más de 2 horas en el mismo sitio, porque al no tener a donde ir después de salir del hospital, le daba lo mismo estar en cualquier lugar, había dejado la desesperación y el llanto atrás, sabía que eso no le llevaría a ningún lugar, además ya nada le importaba, su único interés era escoger la estación del Metro donde saltaría enfrente del vagón para acabar con su existencia, había estado 10 días en el hospital, porque se le había complicado lo del legrado y los médicos “por falta de tiempo” le habían sacado los ovarios y la matriz, -para no andarle buscando que tiene y para no fallarle, pues lo mejor es sacarle todo, al fin y al cabo le hacemos un favor porque es una india que no tiene como mantener una criatura- escuchó Luciana decir a uno de los doctores en medio de la anestesia, el día que le hicieron la histerectomía en el hospital del Estado sin consultarle.

-Aquél señor de bigote va a ver a la novia, porque va muy arregladito, es increíble ¿de dónde saldrá tanta gente?, pero si son miles y miles y a ninguno le importa mi vida, y mucho menos le importará mi muerte, bueno tal vez a algunos si les importe, y es a los que haré que les detengan el vagón a mitad de alguna estación y que algunos hombres aprovecharan para molestar a alguna muchacha y todo por mi culpa, mmm…está bien que molesten a las mujeres, por idiotas, creídas y confiadas, pero a los que si le va a importar de verdad mi muerte y mucho, es a los que tendrán que limpiar todo el reguero que quedará de mí por todos lados, pero ni modo, yo ya limpié lo de otros muchos años, ahora le tocará a otros limpiar lo mío- pensó Luciana antes de comenzar a caminar hacia la entrada del Metro. Había avanzado apenas unos pasos cuando de pronto escuchó una voz por entre las demás, -Ven aquí, tu patria te necesita, somos la suma de fuerzas, nuestra misión es la igualdad- era una joven atractiva que vestía un elegante uniforme de Soldado que justo en la entrada del Metro repartía volantes a las chicas que entraban. Se le acercó y le dio un volante al tiempo que sonriendo le decía -juntas podemos todo-, Luciana se quedó sorprendida de la afinidad que sintió con aquella mujer al instante, y sin pensarlo mucho se acercó a un pequeño módulo que tenían instalado, al llegar le invitaron a sentarse, y con mucha claridad y calma le explicaron que si se enlistaba en el Ejército tendría asegurado su futuro, que la paga es de lo mejor y que se cuenta con todas la prestaciones, que si quería podía estudiar y aprender muchas cosas, desde ser enfermera hasta pilotear un avión, que de ella y su empeño dependía hasta donde podía llegar. Luciana no era ninguna boba, ella bien sabía que era lo que hacía el Ejército, si en la noticias bien que se oía el pleito que traían con los narcotraficantes y que a cada rato se andaban matando entre ellos, y además recordaba muy bien que cada vez que llegaban a su pueblo se tenían que esconder las muchachas porque se las llevaban a sus campamentos, y a los muchachos los secuestraban por “parecer sospechosos” y los usaban para divertirse con ellos, haciéndolos sus esclavos, y si se les presentaba la ocasión pues los acusaban de complicidad con algún narcotraficante o simplemente, no se volvía a saber nada de ellos por el pueblo.

Pero en este momento de su vida nada de eso le importaba, lo único que comenzaba a sentir era hambre, así que si le ayudaban con eso ella podría ser una Soldado del Ejército Nacional, total para morir apachurrada por el Metro a morir por una bala daba lo mismo. La Soldado a cargo de aquel módulo le explicó que si compartía los valores del Ejército no habría ningún problema en ser aceptada de inmediato.

Corazón, lealtad, solidaridad, disciplina, seguridad, confianza, protección, honradez, rectitud, integridad, valor, respeto, constancia, compromiso, honor, responsabilidad, compañerismo, trabajo, esfuerzo, unión, son los valores que debía tener para estar en el Ejército, Luciana le dijo a la reclutadora que sí, que compartía todos esos valores y los demás que le pidieran y que si en ese momento le daban algo de comer se podía incorporar y que con gusto aceptaba. La Soldado reclutadora le ofreció una torta y se sintió verdaderamente aliviada al escuchar aquellas palabras, su Sargento le había advertido que si no llevaba ese día por lo menos a una recluta, ella sería castigada severamente, ya que durante las últimas semanas no habían podido reclutar a nadie debido al deterioro permanente de la imagen de las Fuerzas Armadas en el país, por sus constantes abusos a la población y por la cantidad de muertos que caían cada día abatidos por los narcos, que si bien no salía nada en los noticieros si se oía entredecir a la gente.

Esa tarde al regresar al cuartel, la brigada de reclutamiento llevaba 2 nuevas reclutas, Luciana y Genara. Genara era una joven un año mayor que Luciana y al igual que ella provenía de un pueblo indígena del interior del país, que guardaba celosamente sus tradiciones, y una de ellas era que cuando se casaba una mujer, eran los papás los que decidían con quién debía casarse, y esto dependía únicamente de la dote que dieran a los padres. Ancestralmente la dote se daba en vacas y gallinas y el esposo debía ser de la misma comunidad pero ahora con la modernidad, ya no importaba de donde viniera el hombre, siempre y cuando diera lo suficiente en dinero o en especie a la familia, y así un mal día, cuando contaba con sólo 14 años, pasó por su pueblo un hombre que le dio 5 mil pesos a sus padres por ella y ella se tuvo que ir con aquel extraño sin protestar o hacer preguntas. Al llegar a la ciudad aquel hombre la puso a trabajar en las calles como prostituta, trabajo que desempeñó hasta ese sábado, día en que amaneció muerto su dueño y ahora a sus 19 años no tenía más remedio que seguir de puta, regresar a su pueblo a ser vendida de nuevo o entrar al Ejército, así que aquí estaba dispuesta a ser toda una Soldado.

Se presentaron ante el Sargento que las inspeccionó visualmente, y con una mordaz sonrisa se dirigió a la Soldado que las había llevado, -se ven bien las nuevas reclutas, la felicito-, -mi Sargento tengo algo que decirle pero no se me vaya a enojar, me traje a estas porque usted me ha dicho que jale con lo que encuentre, pero ninguna de las dos tiene documentos-le dijo la Soldado preocupada, -no se preocupe que aquí ya nos encargaremos de esos pequeños detalles, lo importantes es que quieran pertenecer al glorioso Ejército Nacional- contestó el Sargento entre dientes.

En el cuartel se corrió inmediatamente la voz de que había llegado “carne fresca” y el Teniente responsable del área de reclutamiento inmediatamente se hizo presente, él fue designado como tutor responsable de los nuevos reclutas, responsabilidad que se le había conferido por parte del alto mando para evitar los permanentes abusos a los nuevos miembros de la Armada. Al llegar le pidió al Sargento que se retirara, que él se haría cargo de las nuevas reclutas -haber reclutas, firmes… ¿qué es eso? les digo que firmes- les ordenó y al ver que ninguna de las dos sabía que era lo que les estaba diciendo, se acercó a cada una de ellas y con sus propias manos acomodó cada uno de los centímetros de aquellos cuerpos, hasta que hicieron exactamente lo que él quería.

La cantidad de abusos, violaciones, vejaciones y maltrato del que fueron objeto las nuevas reclutas durante los 6 meses de entrenamiento militar en aquel campamento, sólo era comparable con lo que les había tocado vivir durante los 6 años anteriores a su llegada al cuartel.

Durante una noche de luna llena, Luciana y Genara tuvieron un respiro, a los hombres de su brigada les habían dado dos días de descanso y pudieron conversar con calma sobre las cosas que les preocupaban, lo de ser violadas y maltratadas cotidianamente ya no era parte de sus preocupaciones, en una noche anterior ellas habían llegado a la conclusión, de que así era la vida realmente para las mujeres y que todo lo demás que se oía y se decía en la casa, en la calle y en la televisión, era como las películas, puras cosas de mentiritas, como los cuentos de cuando eran niñas, eran sólo historias bonitas para que las mujeres no se suicidaran a temprana edad y diera tiempo para que llegaran a la edad reproductiva para poder tener hijos y que el mundo no se acabara. Ahora su preocupación era sobre cosas realmente importantes, como el que no era posible que a las de la brigada 4 ya les hubieran dado traje de gala y ellas que trabajaban más y aguantaban a más hombres en su brigada, le dijeran que se los darían hasta fin de mes, pero eso se debía seguramente a que Luz “la bonita” de la brigada 4, era la que atendía personalmente al Capitán; el otro tema que les preocupaba ahora que habían terminado su entrenamiento básico, era cuando sería que por fin las dejarían ir a matar a los cerdos narcotraficantes. Después de una larga hora de elucubraciones decidieron ir a descansar, ahora que lo hombres de su brigada no estaban, podían dormir a sus anchas sin tener que aguantar a ninguno de ellos.

Luciana se mostró un poco sorprendida ante la orden que estaba recibiendo en ese momento de parte de su superior, no entendía por qué debía poner unas gotas de ese frasquito en el agua de las aspirantes a enfermeras militares recién llegadas al cuartel, y además la orden era que lo hiciera sin que se dieran cuenta, -pero mi Sargento, ¿esto no será algo malo, verdad?- le preguntó un tanto preocupada a su oficial, -¡cuántas veces le debo decir que usted, no está aquí para preguntar, pensar o creer nada!, ¡usted está aquí para obedecer!, sólo sus superiores saben que es bueno y que es malo, ¡al Ejército no se viene a pensar, se viene a obedecer!- le contestó al tiempo que la empujaba con violencia haciendo que perdiera el equilibro y cayera al suelo, pateándola en el pecho. Luciana se incorporó rápidamente y se cuadró sin hacer más preguntas.

Al otro día se escuchó el rumor que un grupo de Soldados se había metido al dormitorio de las enfermeras nuevas y que habían hecho con ellas de todo, sin que las jóvenes aspirantes a enfermeras se quejaran en lo más mínimo, por lo que se ganaron el mote dentro del regimiento de “las calladas”.

Una de las calladas, era la Sargento primera Simona, que sabiendo cómo eran las cosas en el Ejército, no se atrevió a denunciar nada de aquel crimen, donde las drogaron y después las violaron totalmente dormidas. Los malditos, habían tenido el descaro de dejar los condones en la cara de cada una de ellas, que fue lo primero que vieron en el momento en que se despertaron. Era mucha su frustración y coraje, de forma oficial no podían hacer nada, pero la Sargento se dio a la tarea de investigar todo sobre aquel evento, no le fue difícil encontrar el hilo de aquella madeja, dado que los violadores se jactaban abiertamente de su fechoría y no pasó mucho tiempo en que se enterara quién había sido la responsable de haberlas drogado.

Esa mañana le llegó la orden a Luciana de presentarse a un examen físico al ala de enfermería, en cuanto pasó por la puerta del consultorio Luciana fue maniatada por 4 enfermeras, advirtiéndole que de gritar le harían mucho daño. Luciana se encontraba tranquila no entendía que era lo que estaba pasando, aquellas enfermeras de seguro lo único que querían era golpearla para divertirse pero, ¿Por qué la amarraban? La Sargento Simona le informó que ya sabían que ella era la que las había drogado y que ahora era tiempo de que pagara su crimen, que le inyectarían una droga no para que se durmiera, que le inyectarían una droga para que no pudiera estar tranquila, ni haciendo el amor con un caballo, Luciana seguía tranquila, y con toda calma le dijo a la Sargento que si esas eran sus órdenes, que ella las obedecería. Todas las presentes no podían entender ni la tranquilidad ni la respuesta de la Soldado, sorprendidas la soltaron y observaron con miedo y curiosidad, realmente estaba diciéndolo en serio, la Sargento Simona al darse cuenta de aquella actitud le preguntó: -¿Por orden de quien nos drogaste?-, -yo no le puedo contestar nada mi Sargento, es una orden que recibí- contestó Luciana, la Sargento quería entender cómo funcionaba la mente de aquella muchacha, y le preguntó: -¿entonces si yo te doy la orden de matar a alguien tú lo harías?- -por supuesto que sí mi Sargento, usted es mi superior y le debo obediencia, a mí no me toca pensar o decidir qué cosa es buena o mala, a mí me corresponde obedecer-. -¿Fue tu Sargento el que te dio la orden? preguntó la Sargento Primero, Luciana permaneció callada, -te lo voy a preguntar una vez más, y considera que te estoy dando una orden y tu deber es responder, además mi grado es superior al de tu Sargento que sólo es un Sargento Segundo, así que dime ¿fue él, el que lo ordenó?- -sí mi Sargento fue él quien me ordenó que les pusiera unas gotas de un frasquito en su agua, sin que se dieran cuenta, y eso hice- le respondió Luciana, a lo que la Sargento le contestó: – pues ahora escucha bien la orden que te daré…-

A la mañana siguiente, el escándalo en el cuartel era mucho, todos los oficiales estaban en una reunión urgente y los Soldados del regimiento no paraban de comentar lo sucedido, ya que los varones del pelotón de Luciana, incluido su Sargento, habían amanecido “empalados” es decir, a todos los encontraron desnudos, amarrados en pares y de espaldas unidos por un palo que llevaban ensartados en el ano, de tal suerte que si alguno hacia algún movimiento intentado zafarse lastimaba más al compañero de desgracia. El cuerpo médico que acudió a auxiliar a los pobres infelices sólo atinó a comentar “lo bueno que quien lo hizo uso condones, porque eso les evitó más daño”.

Después del escándalo, que se dio por aquel hecho, el cuartel ya no fue el mismo, la mitad del pelotón de Luciana se dio de baja y a la otra mitad los cambiaron de destacamento, entre ellos al Sargento, que desde ese evento fue conocido como el Sargento “Balero”. Luciana y Genara fueron asignadas a tareas de reclutamiento en diferentes cuarteles, con la consigna de que si se contaba algo de lo sucedido se les formaría corte marcial por traición, y a cambio de su discreción les fue otorgado el grado superior inmediato por su servicio a la patria, así que Luciana llego a la IV región militar con el grado de Cabo.

Instalando un pequeño módulo en la macro plaza de la ciudad, se dispuso con las Soldados a cargo, a distribuir una serie de volantes, entre las mujeres que pasaban por ahí, que al ver aquel papel reían y se alejaban sin querer saber del asunto, Luciana no se explicaba eso de la risa, si entrar al Ejército era cosa seria.

En días anteriores, llegó con tanto ánimo al nuevo cuartel, donde pensaba que, ahora sí se habían acabado los malos tratos, por fin podía ser ella la que mandara, porque ya tendría a algunos esclavos a su servicio. La primera semana le asignaron la tarea de hacer una campaña de reclutamiento de mujeres en aquella ciudad, no le dieron ningún material ni idea de cómo hacerlo, así que se puso a idear un volante que tuviera una frase que llamara la atención de las mujeres y les hiciera querer entrar al Ejército, ahora ya se podía permitir tener ideas, ya tenía grado -se decía ella-, con recursos propios imprimió mil volantes que en letras muy grandes decían “Mujer ven al Ejército, aquí te haremos hombre”.

En el cuartel ya se habían enterado de la “puntada” de aquella nueva Cabo, -seguramente la mandaron de la capital para acá por revoltosa, pero aquí le vamos a quitar lo ocurrente, ya verá,- y así fue, en cuanto llegó a reportarse al cuartel ya le esperaban para enviarla a un calabozo improvisado que tenía aguas negras a lo menos de 30 centímetros de alto y en el que tuvo que estar a pan y agua durante 2 semanas, ella no entendía que era lo que había pasado, si sólo había cumplido con la orden de su superior a cabalidad y con gran éxito ya que había llevado a 5 nuevas reclutas, -tal vez lo que pasó es que al Mayor aquí no le gustan las mujeres tan robustas que traje, pero no es mi culpa que las bonitas no quieran entrar al Ejército, y estas que traje se ven bien fuertes, además si no las quieren, eso debe ser algún tipo de discriminación-, se decía Luciana, en aquel apestoso hoyo.

Al terminar su castigo se presentó ante su superior, quien le pidió una explicación de su actos, ella le informó de todo lo que había hecho y como su campaña había tenido mucho éxito ya que había conseguido 5 nuevas reclutas. Aquel Sargento no podía creer que realmente la Cabo no supiera que había hecho mal, así que se concretó a decirle, que ella no podía usar ningún material que no fuera autorizado por el Ejército, que ella estaba ahí sólo para recibir órdenes, que no debía pensar, ni tener ninguna idea que no fuera otra que la que su superior le indicara.

Las siguientes semanas fueron de entrenamiento, era evidente que en cualquier momento le pedirían que fuera al frente a acabar con el enemigo. Su entrenamiento consistía en la parte física en incrementar su velocidad, su resistencia y su fuerza y en la parte sicológica, debía fortalecer su nacionalismo, su disciplina, su obediencia y su lealtad. Para los encargados del entrenamiento, era tan difícil lograr el condicionamiento total en cada miembro de las Fuerzas Armadas, debían conseguir que bajo toda circunstancia pudieran responder con fuerza extrema ante el enemigo, la finalidad de todo Soldado era matar antes de ser muertos, existía la premisa de que todo Ejército es entrenado para la guerra, y existe con la única finalidad de tener la fuerza bruta necesaria para aniquilar al enemigo, quien quiera que sea este. y el enemigo lo determinaban los superiores, aquí no se permitiría a nadie actuar a medias, para un Soldado siempre es todo o nada, jamás se le podrá pedir a un Soldado que aplique fuerza moderada, o que repriman su reacción, porque han sido entrenados para matar, esa es su única función. Y aquí la guerra era contra el narcotráfico que había emprendido el Ejército por orden nada más ni nada menos que del Presidente que era el Jefe Supremo de todas las Fuerzas Armadas, y todos ellos no debían sino acatar esa orden, el campo de esta guerra era cualquier rincón de su patria y la orden era una sola: matar o morir.

Luciana estaba muy clara de que necesitaba dar lo mejor de sí, que en cuanto la enviaran al campo de batalla debía ser la mejor, que sus superiores tenían que sentirse complacidos con su desempeño, necesitaba quitarles aquella rara idea de que a ella le gustaba desobedecer o hacer sólo su voluntad, como extrañamente había escuchado que decían, y todo por aquella estúpida campaña de reclutamiento, eso le pasaba por querer pensar, si eso no le correspondía a ella, aunque a finales de ese año se sintió muy satisfecha cuando le mandaron llamar para mostrarle un cartel en color violeta de la campaña oficial de reclutamiento femenino que textualmente decía: “Mujer de hoy, únete a las Fuerzas Armadas en el Ejército te haremos un hombre, sé un profesional con futuro” -Seguro que lo hicieron por el éxito de mi campaña de reclutamiento- pensó.

Capítulo III- Descarga su arma al pasado.

Luciana se encontraba leyendo el periódico con toda calma mientras tomaba su café en aquél puesto de control en la carretera a la que fue enviada, su guardia había concluido y se sentía satisfecha de saber que durante su turno ningún infeliz enemigo había pasado por su retén. Le llamó la atención una nota del periódico donde cuestionaban al Secretario de Defensa, la nota decía:

“En otro caso más de lo que el General Secretario de la Defensa Nacional, calificó de “daños colaterales” cada vez que civiles son muertos por efectivos del Ejército en operativos anti narco o en retenes militares, reales o aparentes, una familia que circulaba en un vehículo particular fue baleada anteanoche por Soldados en un municipio de la zona metropolitana, en el que el padre y un hijo menor de edad fueron abatidos y seis personas más, entre ellos otros dos niños, resultaron heridos.

Igual que en casos similares ocurridos anteriormente -como el de los estudiantes de postgrado y el de dos pequeños de 5 y 9 años, muertos por Soldados en una carretera de la frontera-, el Ejército emitió un comunicado oficial en el que lamentó lo ocurrido, expresó sus condolencias y ratificó “su compromiso con la ciudadanía de actuar con estricto apego al Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos”.

Contra lo que inicialmente se informó, en ningún momento esa dependencia reconoció que se haya tratado de un error, como lo señaló el Presidente, quien también lamentó lo sucedido e intentó justificar la acción de los Soldados al señalar que “su tarea es estar en el retén y que ningún vehículo pase sin ser revisado”.

De acuerdo a las primeras versiones, el conductor del vehículo en el que iba la familia, no se detuvo en el retén militar cuando los Soldados le marcaron el alto, lo que originó una persecución por un convoy del Ejército, cuyos tripulantes, al alcanzarlos, abatieron a aquél hombre de 52 años y a su hijo de 15. La madre de éste, su hermana, de 24 años y su esposo, así como dos hijos de la pareja, de 7 y 8 años, quedaron heridos.

Entrevistado telefónicamente, para este diario, el hijo y hermano de las víctimas aseguró que no había ningún retén militar como se informó y que él tenía entendido que los Soldados disparan cuando están bajo amenaza, lo que no ocurrió en el caso de su familia.

Estos nuevos “daños colaterales”, vuelven a colocar a efectivos del Ejército en el blanco de críticas como las que han estado recibiendo por los excesos a los que llegan de disparar por disparar y matar a civiles, a los que suelen confundir con “narcotraficantes”.

Así fue con los estudiantes del Tecnológico, a los que en principio tildaron de “sicarios” tras aquél enfrentamiento en el interior de esa institución en la capital y con los niños que resultaron muertos en el interior de la camioneta en la que iban con sus padres por la carretera cerca de la frontera norte tras cruzar un retén militar sin detenerse como supuestamente se les ordenó, versión que fue reiteradamente negada por la madre de los pequeños.

Nerviosismo, temor o sea lo que sea que motive que los Soldados incurran en ese tipo de “confusiones”, genera que cada día se incremente el número de civiles que muere a manos de ellos, en retenes, carreteras o ciudades y que deja claro que no son solamente integrantes de bandas criminales, como oficialmente se insiste en señalar.

Hechos como el ocurrido anteanoche o los registrados anteriormente en la misma capital o en carreteras y ciudades de la frontera, que parecen ser estados sin ley ni autoridades estatales ni municipales, vuelven a ubicar al Ejército en el ojo del huracán de acusaciones y críticas de la población civil, por más intentos de justificación que se hagan sobre errores que ni siquiera son capaces de admitirse.

Sabemos que la investigación de esta agresión y asesinato militar a esta familia va a resultar como la de lo sucedido a los estudiantes de excelencia del Tecnológico o lo que pasó con los culpables del asesinato a los pequeños de 5 y 8 años, donde difícilmente se podrá esperar que haya justicia.

A este paso, el Gobierno no tendrá que preocuparse de que bajen las muertes de niños y jóvenes por el consumo de drogas en el país ya que aquellos niños y jóvenes que ya no mueren por drogarse gracias a los esfuerzos de la lucha anti narco, son compensados con creces por los que matan accidental y colateralmente en los retenes militares.

De lo que sí estamos seguros, es que el Ejército está entrenado para matar al enemigo y cuando lo ponemos a interactuar con los ciudadanos, pues el enemigo es el pueblo, y la presencia del Ejército en las calles seguro que no nos da seguridad, pero sí mucho temor”, concluía aquél artículo. Luciana se quedó observando la foto de aquel reportero un momento, y pensó: –¡si llego a encontrar a este desgraciado por aquí, me lo quiebro!, nadie le habla así a mi General, si tiene miedo ha de ser por algo que hizo, sino ¿por qué más?, todavía que los cuidamos y les damos seguridad para sus familias se quejan, además cuantos mocosos no se mueren todos los días hasta de hambre, si aquí mismo dice junto a esta nota que ya son 110 millones de pobres en el país y que sólo en el tiempo que lleva este Presidente han surgido 40 millones de miserables más y de eso que es más canijo nadie dice nada, seguro que se mueren más niños por hambre que los que matamos, pero si nosotros matamos alguna familia de narcotraficantes, ahí sí están echando pleito, porque lo que no dicen es que esos niños iban armados, sino porque creen que les disparamos o pensarán que estamos locos, pero deberían traer a ese que anda escribiendo, a una guardia y que le toque una como aquella donde se echaron a 12 compañeros en el sur, que por andar comiendo camote llegaron los narcos y los madrugaron a todos y haber, ¡¿por qué ahí nadie sale a defendernos?!, si este país está lleno de puros ingratos hijos de la chingada– aventó el periódico y se dirigió al puesto de control, al que llegó gritando: –¡a ver tú, González!, váyase para allá atrás que yo me quedo aquí a cargo–, –si mi Cabo– le contestó aquel Soldado que al llegar a donde le pidieron que se colocara, le comentó al Soldado que estaba ahí, –anda como encabritada la Cabo, acaba de terminar su guardia y ya se puso otra vez ahí adelante–.

Luciana estaba muy pensativa mientras veía pasar los carros, ella era quién indicaba a qué auto había que revisar y a cuál se le dejaba pasar, así que no se le podía pasar nada. Recién había dado la señal de paso cuando se sorprendió brutalmente de lo que vio adentro de un auto, sin pensarlo dio la voz de alarma y comenzó a disparar hasta que acabó con toda la carga de su arma sobre los tripulantes de aquél vehículo, secundada por los más de 30 Soldados dispuestos en aquel retén, no dejando a ningún sobreviviente en el interior del auto.

Pasada la sorpresa, se acercaron al auto, y vieron que se trataba de una familia: el papá, la mamá y un bebé de meses, pero ¿qué fue lo que pasó? se preguntaron todos, a lo que la Cabo les respondió: –ese tarugo de González, que me hizo la seña de que venían armados, y como les hicimos el alto y no se pararon, pues ellos tienen la culpa, no son más que otros daños colaterales, arréstenme a ese González, por si hay investigación–; y diciendo esto, ahora sí se retiró a descansar totalmente feliz y satisfecha, como hacía muchos años no se sentía, por fin la fortuna le había dado la oportunidad de cobrar una de las que le debían. Se recostó en su hamaca, al tiempo que decía en voz baja –ahora sí Luis Manuel, quiero que te sigas revolcando con esa, a ver si en el infierno te dejan–.

Aquel acontecimiento provocó una alerta extrema entre las fuerzas armadas, la campaña contra el Secretario de Defensa era muy fuerte por parte de la prensa, así que era prioritario que el incidente no fuera considerado como un error más del Ejército, enviaron a los especialistas en encubrimientos y escondieron aquella masacre, con un sistema que tenían bien aprendido.

Desde el inicio de la campaña antiterrorista iniciada por el Presidente, los Diputados de oposición en el Congreso habían aprovechado para tirarle con todo al Ejecutivo, debido a que los retenes violaban los derechos fundamentales de las personas y su libre tránsito y aunado a que las funciones del Ejército según la Constitución debían restringirse en tiempo de paz a maniobras militares dentro de los cuarteles. Y cómo a partir de la ocurrencia del Presidente, los tenían haciendo las funciones de la policía bajo el argumento de que el nivel de corrupción de los cuerpos policiacos era irreversible, los Generales habían dispuesto planes de contingencia para calmar cualquier situación de escándalo social por algún “daño colateral” que provocara su acción en el camino del cumplimiento de su deber, por lo que tenían en las prisiones militares siempre decenas de narcotraficantes menores y algunos de medio pelo, proporcionados por los mismos jefes de las mafias, a los que usaban dependiendo las necesidades del servicio, es decir; como en este caso que llevaron a algunos de los narcotraficantes de poca monta al sitio de la masacre, los mataron en el lugar y acomodaron todo para que pareciera que fueron ellos los que masacraron a la familia, y que el Ejército en su acertado y oportuno actuar, había logrado darles alcance y en un enfrentamiento lograron abatir a los peligrosos delincuentes, que después se encargarían de presentar ante la prensa como que el que comandaba a ese peligroso grupo de narcotraficantes, era el “número dos” de algún cártel equis, dependiendo el que estuviera de moda. Luego se encargarían de involucrar a algún miembro de la familia masacrada en negocios con los narcotraficantes. En otros casos cuando necesitaban hacerse algo de aceptación pública por estar pasando algún momento de mucha presión social, sacaban a estos narcotraficantes de medio pelo, y llevaban “camarógrafos y reporteros” y montaban una producción un poco más complicada, porque todo debía parecer como si pasara en vivo, donde por suerte el Ejército iba a acompañado de la prensa en ese momento y documentaban como atrapaban, -casi siempre muerto- a algún peligroso criminal, siempre con alguna baja o heridos por parte del Ejército claro está, sino no podría parecer creíble.

En este caso, fue el pobre Soldado González el elegido para representar el papel de Soldado muerto, cosa que agradeció profundamente la esposa de González dado que ahora podría contar con la pensión vitalicia, sin tener que seguir aguantando a un marido abusador y la Cabo Luciana representó el papel del Soldado herido, era necesario hacer que la representación se viera real, por lo que fue indispensable propinarle un balazo en el muslo a Luciana para que se notara la sangre y con eso podrían cerrar con éxito su actuación.

Esa mañana Luciana en el hospital se sentía conmovida, ya que gracias a su heroica labor al defender a su patria de los que quieren desestabilizarla con sus perversas acciones, ella, al frente de un pequeño grupo de Soldados, había conseguido abatir al enemigo en aquel reten donde perdiera la vida el heroico Soldado González, y donde ella a pesar de su herida de bala, había concluido su misión, por lo que recibiría a las cero novecientas horas, en ceremonia solemne en el Hospital Militar de la capital del país, a sus 20 años, el grado de Sargento Segundo y en el mismo acto el grado de Sargento Primero.

Era felicitada por todos sus compañeros, Soldados, Clases y Oficiales. Era muy difícil que a alguien le ascendieran dos grados al mismo tiempo, más difícil era que ese alguien fuera una mujer y menos a su edad, los Soldados y sobre todo las mujeres Soldados se sentían conmovidos, comentando que ahora el Ejército realmente si estaba cambiando, y que todo era posible si se esforzaban más, que aquellas vejaciones y abusos que vivan cotidianamente se iba a acabar en algún momento.

Hinchada de orgullo veía aquellas tres líneas transversales en sus hombros, por fin se habían acabado los malos tratos y los abusos de los Sargentos ahora sí, a mandar, el Director del hospital, doctor y Capitán a cargo de la ceremonia la felicitó y le ordenó presentarse más tarde para recibir instrucciones.

Al llegar a la oficina la Sargento secretaria del Capitán, le pidió que esperara un momento, Luciana se sintió un poco incomoda porque aquella mujer no dejaba de mirarle con un dejo de lástima, era como cuando uno se encuentra en la calle a un perro cojo y pulguiento, y le ve con una mezcla de pena y repulsión. Al fin le tocó pasar donde el Capitán, que al verle entrar se levantó muy cortésmente y la volvió a felicitar, le preguntó que como se sentía con su nuevo cargo, que qué pensaba ahora que era Sargento, a lo que Luciana le contestó, que se sentía muy bien, que ella pensaba que debía estar en el frente de batalla, el Capitán la miró con curiosidad, se acercó a ella y con un fuete que sacó de entre su cinturón, la comenzó a golpear tan brutalmente que con cada golpe se descubría un pedazo de su piel ensangrentada, –¡Aquí no se piensa, su deber no es sentir, ni pensar, ni creer nada, aquí vienes a obedecer, deja que los oficiales pensemos!– le gritaba mientras continuaba aquella golpiza, para después comenzar a violarla mientras la seguía golpeando. Todo pasó sin que Luciana se quejara o dijera ni una sola palabra, al terminar la bestia, le ordenó que se retirara, totalmente abatida Luciana se incorporó como pudo e hizo un gesto que pretendía ser un saludo marcial al tiempo que le decía al Capitán: –como usted lo ordene mi Capitán–. Aquél monstruo totalmente frustrado llamó a su secretaria, –vengan por esta infeliz, no quiero volver a verla, necesito una que grite, una que pida por su vida, no esta basura, que está descompuesta, ya no grita–.

Una semana después del glorioso día de su ascenso, Luciana seguía internada en el Hospital Militar, se le habían infectado algunas de las heridas, para su fortuna le había tocado ser atendida por la Sargento Mariana aquella de “las calladitas”, y habían tenido mucho tiempo para ponerse al día de todo lo que le había pasado. La Sargento Mariana estaba muy agradecida con Luciana porque nunca se supo que habían sido ellas las del incidente de “los empalados” y le comentó que estaban formando en secreto un grupo de mujeres, para defenderse de los abusos de los hombres en el Ejército, le presentó a la Subteniente Rosario que también estaba dentro de este grupo de mujeres justicieras. Luciana la escuchaba sin entender realmente que era lo que aquellas mujeres le decían, lo único que necesitaba era sentirse bien para regresar al frente.

No fue enviada al frente de inmediato, y hacía labores de policía militar en el hospital donde había sido atendida, en el destacamento a su cargo contaba con el apoyo de la Cabo Genara, que cuando se enteró que la Sargento Luciana sería su nuevo superior, no cabía de tan contenta, era toda una suerte que por fin se le acabaran los abusos, ya que su amiga Luciana ahora era todo una Sargento. Cuando se reportó ante ella se contuvo de abrazarla, y se limitó a saludarle marcialmente al tiempo que le decía: –la felicito mi Sargento por su nuevo ascenso–, Luciana sin mayor expresión, la abofeteó y le dijo: –usted no viene al Ejército a felicitar a nadie, usted viene a obedecer, así que limpie mis botas con su lengua inmediatamente–, la Cabo Genara se inclinó a cumplir aquella orden, Luciana esbozó un gesto que parecía un sonrisa, –Que gusto me da ver que Genara está bien, y que suerte que le tocara conmigo, así, no tendrá que aguantar que un cabrón de estos la siga violando– pensaba al tiempo que veía a Genara lamer sus botas.

Una tarde se le acercó la Subteniente Rosario, a indicarle el sitio y la hora de la reunión del grupo de mujeres justicieras, advirtiéndole que nadie debía saber de tal reunión, Luciana se concretó a escucharla y a cuadrarse ante su superior como marcaba el reglamento, esa tarde en la bodega del hospital, escuchó decenas de historias de abusos y maltratos por parte de los Oficiales a las mujeres, y acordaron que se montaría un operativo para darle su merecido al Capitán del fuete, que debía ya 2 vidas de entre ellas. La tarea de todas era encontrar la mejor forma de hacer pagar a aquél capitán sus crímenes.

Por esos días había llegado un nuevo equipo médico al Ejército que permitía hacer intervenciones quirúrgicas sin tener que abrir al paciente en canal, y debía ser probado. De forma anónima, le llegó a la Subteniente Rosario, una nota con la marca que distinguía al grupo de mujeres justicieras, donde le decían que aquel equipo debía ser probado con civiles antes de intervenir a cualquier Soldado, que lo mejor era que el Capitán lo probara. La persona que escribía esa nota se encargaría de lo demás, que se le dijera al Capitán que el nuevo equipo se podría aprovechar para mejorar su imagen personal y la del Ejército ante la ciudadanía, que el Ejército hiciera algunas intervenciones gratis con equipo moderno en el Hospital del Estado, lo dejaría muy bien parado.

La Subteniente Rosario se dio a la tarea de diseñar la estrategia para convencer al Capitán de probar el equipo personalmente en pacientes civiles, y le pidió a la Sargento Mariana que consiguiera la autorización de algún Hospital del Estado para lograrlo, Luciana se ofreció a ayudar en la tarea a Mariana y ese mismo día, tenían la autorización de un Hospital del Estado que atendía a los más desprotegidos.

No le fue difícil convencer al Capitán de hacer la propuesta a los superiores que encantados apreciaron la dedicación del Capitán, y le ordenaron que procediera con su idea de inmediato, que ellos se encargarían de que la prensa estuviera ahí para difundirlo.

Llegó el día que el Ejército haría una buena labor ayudando a los que menos tienen, operando a 3 mujeres con equipo sofisticado, para extraerles unos pequeños tumores. La ventaja de la intervención era que gracias a la tecnología, aquellas mujeres, quedarían perfectamente fértiles ya que la cirugía no sería invasiva y sólo extraerían, los tumores sin dañar la capacidad reproductiva de las pacientes. La noticia se había difundido por todos los medios, y eran muchos los reporteros que se encontraban en las afueras del Hospital de Estado esperando saber más sobre aquel acontecimiento.

El doctor y Capitán responsable del evento llegó muy temprano para ver que todo se encontrará en orden, los médicos del hospital estaban muy entusiasmados, sobre todo porque les habían prometido que estarían presentes durante la intervención y que era posible que alguno de ellos pudiera intervenir con el equipo moderno, y después de hacer todos los preparativos se llevó a la primer paciente al quirófano. No había pasado ni media hora de haberse iniciado la primer intervención cuando de pronto, se escuchó una explosión que hizo que se cimbrara todo el edificio: médicos, enfermeras, pacientes y familiares corrían hacia todos lados, nadie sabía que había pasado, sólo una Soldado que sangrando de la cabeza, comenzó a dar instrucciones a todos logrando calmar a la multitud y evitando que ocurrieran más desgracias por la desesperación. La prensa, la televisión, todos los medios estaban ahí, dando fe de aquella desgracia, antes de que llegaran los bomberos, ya se había filtrado información a los medios de que se había tratado de un atentado terrorista, que los narcotraficantes se habían enterado que un militar de alto rango se encontraría en el hospital y habían aprovechado para detonar una bomba justo en medio del quirófano.

El alto mando militar no podía desaprovechar esta oportunidad, por fin tenían un mártir, un eminente cirujano militar y altruista, había sido cruelmente asesinado ante las cámaras de televisión junto con 4 médicos civiles, 5 enfermeras y una paciente y para colmo de su felicidad, ellos no habían montado ese circo, aunque no faltó el General que comentara, que cómo no se les había ocurrido antes esa idea. Por fin ahora tenían el pretexto para usar toda la fuerza necesaria, pedir más presupuesto y que los Diputados aprobaran de una vez por todas, la ley que les permitiría actuar sin recato.

Los medios de comunicación se dieron vuelo con la noticia, tenían imágenes, y entrevistas en vivo de aquella desgracia y extrañamente no había llegado ninguna instrucción del Gobierno de contener la noticia, así que se regodearon por días con la nota, en la que destacaban la labor que había tenido aquella militar, al controlar a la gente en que en su huida pudo haber provocado más desgracia, y lo hacían no por otra cosa, sino porque esa era la imagen más impresionante que tenían, ya que en las tomas sólo se escuchaba la explosión, se veían caer algunos vidrios y de entre la gente surgía aquella Soldado que era la única que se le veía sangre y era justo ella la que intentaba controlar a la gente para que no se lastimara. No faltaron los reporteros que entusiasmados por la falta de censura, dejaron ver entre sus líneas, que todo esto podía ser un teatro montado por el Estado para justificar las barbaries y tropelías que cometían a diario en las diferentes latitudes del país, por lo que el mismo Secretario de la Defensa Nacional salió ante los medios, para gritar que los perpetradores de tan cobarde crimen serían castigados, los Diputados aprobaron el presupuesto y la ley que permitiría al Ejército actuar sin restricciones e incluso fueron más allá, al aprobar una ley con la que permitían que cualquiera fuera aprendido sin mediar orden de aprehensión alguna, así que ahora cualquier persona podía ser detenida por el simple hecho de parecer sospechoso, ante los ojos de cualquiera de las neófitas autoridades responsables de impartir justicia.

Para el Ejército nada podía haber salido tan bien como lo que vivían en ese momento, durante años habían sido acusados de erguirse como policía, juez, jurado y verdugo al matar a tantas personas bajo la sospecha de actividades ilícitas, a las que les daban muerte si ningún juicio previo solo bajo el argumento de que presintieron que eran enemigos de la patria, y así era que en esos 5 años del nuevo gobierno, se contaban ya 60 mil muertos y más de 10 mil desaparecidos, que nunca disfrutaron de la supuesta presunción de inocencia, nunca serían juzgados para certificar su culpabilidad y nunca serían sentenciados. Aunque de haberse cumplido la ley todos ellos estarían vivos, porque estaba prohibida la Pena de Muerte, así que estos 70 mil nacionales muertos, incluso en el caso de que alguno de ellos resultara ser culpable, gozaría de perfecta salud en algún centro penitenciario, sino fuera por la oportuna intervención del Ejército, ejecutando a todo aquel que se les ocurriera según fuera su estado de ánimo ese día, pero ahora gracias a este afortunado evento para ellos, contaban con más presupuesto y libertad para hacer su trabajo, así que la diversión para ellos apenas comenzaba.

 

Fin del tercer capítulo, Próxima entrega 1ro. de marzo.

@CompaRevolucion

Un comentario en «Luciana (Novela). Capítulo II y III»

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