Revolución sin protestas

 
1. La inutilidad electoral

Nos dicen que todas las formas de lucha son válidas, pero en verdad no todas son efectivas y algunas son inútiles y nocivas, como la lucha electoral en el actual sistema.

Si a estas alturas usted todavía piensa en las elecciones, es momento de abandonar esta lectura. Ya no explicaremos por qué las vías electorales son inútiles dentro de los parámetros del orden establecido, o por qué se trata de un sistema electoral de derecha. Mucha tinta y saliva han brotado de este tema y a quien ha querido entender, una explicación le ha bastado. Son cosas que sólo se argumentan una vez, no se requiere gran capacidad intelectual para comprenderlo y la realidad se impone por sí misma: un pueblo totalmente fragmentado y confrontado, entregado al extranjero, con millones de miserables y una dictadura que se va metiendo como la humedad, eso ha sido el resultado de las elecciones… nada hay que explicar. Mil explicaciones de nada servirán.

Cerrar los ojos no basta para abstraerse de tamaña realidad; hace falta cerrar el pensamiento, el corazón, taparse los oídos y hablar mucho, hablar, hablar. Estas líneas van dirigidas a quien no requiere explicaciones, a quien no necesita que lo convenzan. Si usted aún vota y continua leyendo aquí, tal vez sea porque empieza a dudar y ojalá tenga por lo menos la osadía de romper la boleta electoral y meterla a la urna hecha pedacitos, mientras haya oportunidad para hacerlo, porque pronto las elecciones serán por vía electrónica y entonces ni ese berrinche podrá hacer. Pero no, si usted cree en las leyes y es respetuoso de las instituciones, es por eso que acude a las urnas. ¡Romper la boleta electoral sería delinquir contra el orden establecido! Su persona no se atreve a eso, es demasiado. Pero si usted ya no cree en las elecciones, tampoco romperá su boleta porque, primero, le avergüenza acercarse a la casilla electoral y, segundo, le parece demasiado poco, inútil, pues.

Ahora bien, si usted es candidato electoral, entonces puede seguir leyendo, al cabo es un cínico. Se le resbala todo, es “político” y aún tiene la esperanza de sacar una tajada de este sistema decadente. Sabe que no logrará cambiar nada excepto su patrimonio y su reputación, pero ésta qué importa, siempre la gente hablará. O tal vez usted sea como uno que anda deambulando por ahí pateando un bote, acaso pensando qué hacer y eso que dicen, de pasar de la resistencia a la ofensiva.

O pensando lo inútil que han sido las protestas durante años y décadas, pues no han desviado un solo grado el curso de los hechos que tienen a este país y a este mundo en la barbarie. Tal pareciera que el sistema neoliberal llegó impulsado por las protestas.

2. La inutilidad de las protestas

Los jóvenes de hoy han comprendido mucho más pronto la inutilidad de la protesta. Se entusiasmaron contra la imposición de Peña Nieto y se toparon con pared. Se entusiasman contra las reformas estructurales: sea educativa, energética, laboral, penal o hacendaria… y de muy poco le sirven las inconformidades, las marchas, los mítines, los twiters, los Facebook, los nada. El ciudadano no es tomado en cuenta y las autoridades sólo están para lo que se les pega la gana. Hoy nadie puede creer en la buena voluntad de los políticos ni en su honestidad. Si están en el poder es porque son todo lo contrario, no se puede llegar ahí de otro modo. Perdóneme el lector, las protestas no han servido para nada si no es para acrecentar el antagonismo entre el pueblo y el poder, legitimándose como un humilde escudo frente al poderoso látigo del opresor, validando esta dualidad de las cosas y trayendo como consecuencia más latigazos. ¿Es posible invertir esta situación?, ¿es deseable?, ¿es necesario?

Las leyes se imponen al pueblo, y si algo se organiza desde el poder es cómo evitar o neutralizar la oposición y la protesta de la gente. Cercos, blindajes, servicios de espionaje, cámaras por doquier, ingente despliegue de fuerza pública, intimidación, represión, impunidad, corrupción, son utilizados para evitar que el pueblo se acerque a las autoridades. Porque ya nadie les lleva regalos ni felicitaciones, a veces ni siquiera pliegos petitorios, sino mentadas de madre y bombas molotov. Pero al fin, protestas, que no irán más allá, y las autoridades pueden estirar las piernas, tomar un copa y relajarse mientras haya fuerza pública que les proteja. Incluso tienen el cinismo de cambiar de sede e irse a sesionar a un banco extranjero como Banamex, totalmente ajeno a los intereses de la población. Se sienten intocables.

3. La falsa democracia

Tampoco es necesario explicar esto, que no vivimos en una democracia, donde el pueblo mande y el gobierno obedezca. Es claro que no es así. En una democracia la protesta será, para empezar, rara, por no decir incompatible. Si hay democracia, pocas ocasiones habrá para protestar porque, vamos, el pueblo no va a protestar contra sí mismo. La protesta es natural frente a la imposición, las dictaduras y la opresión. Pero es inútil e inofensiva. Y si algo logra es porque está a punto de convertirse en un peligro para el poder; y luego vendrán las represalias, las venganzas por haber orillado –humillado– al gobierno a obedecer al pueblo. No, no vivimos en una democracia y no puede esperarse otra cosa que despotismo o, en el mejor de los casos, demagogia.

La protesta se ha vuelto incluso una tradición, parte del escenario y del calendario político del sistema. Las protestas de los trabajadores el primero de mayo son quizá el mejor de los ejemplos. ¿Han cambiado para su provecho las condiciones laborales? Tal parece que entre más protestas, más agresivas son las condiciones para los empleados, obreros y campesinos que venden su fuerza de trabajo al señor patrón. Cada año se protesta y cada año las cosas empeoran. Las protestas sólo han servido de coraza para tapar nuestra cobardía de cambiar verdaderamente las relaciones de poder. Y no sólo son inútiles sino nocivas: son un desahogo o una válvula de escape que tira a la basura en unas horas la rabia acumulada de todo el año, rabia y energía que se necesita para echar abajo el sistema opresor. La gente regresa a sus casas tranquila, cansada y derrotada siempre, pero con la imagen de luchador social. Su “lucha” no cambió nada. Sólo sirvió para dar la apariencia de que en México hay disidencia, oposición y consciencia de clase. Y esto es parte del funcionalismo capitalista: estas voces disidentes destensan y refuerzan al sistema para darle estabilidad –en un “estado estable”, diría Bertalanffy.

4. La construcción de autonomías

Las cosas van a empezar a cambiar cuando la gente consciente deje de protestar. Ese día la gente dará media vuelta y buscará salidas por otro lado, ya no acudirá al gobierno. Ese día el gobierno sí se asustará, y empezará a hacer cosas a favor de la población para que lo volteen a ver nuevamente, para que lo tomen en cuenta, para que lo sigan considerando la autoridad. Pero el ciudadano que tuvo la suficiente consciencia para dar media vuelta, ya no regresará, y comenzará a elaborar sus planes de lucha. Construirá su mundo de otro modo, basado en otros principios, con sus propias reglas, ignorando lo más posible las leyes y el orden establecido desde arriba. Si regresa ya no será para pedirle nada al gobierno ni para insultarlo, sino para derrocarlo por la fuerza. Porque se puede avanzar un rato en la autonomía, pero llega un momento en que el gobierno estorba y hay que quitarlo, cambiarlo por otro que defina mejor el territorio que pisamos, donde haya justicia, libertad y paz.

Otro ejemplo. Mientras el EZLN estuvo protestando varios años por la falta de cumplimiento a los Acuerdos de San Andrés, el gobierno estaba feliz en sus dominios pues son expertos en administrar la protesta, en el toreo de los inconformes. Pero una vez que los zapatistas se dieron cuenta que protestar era inútil, ignoraron al gobierno, comenzaron a cambiar su mundo y los de arriba se empezaron a preocupar. Les ofrecieron muchas cosas, implementaron proyectos sociales, pero los zapatistas ya tenían otros horizontes. Y cuando estos se dieron cuenta que la autonomía tiene límites dentro del capitalismo, entonces empezaron a pensar cómo quitar lo que estorbaba, el gobierno, y convocaron a una “otra campaña” que llamaba a construir otras leyes constitucionales, con otras autoridades y con otros modos, pero nadie –salvo el gobierno– entendió o quiso entender que se estaba llamando al derrocamiento del régimen.

Asimismo, cuando el pueblo empiece a trabajar en la construcción de otro mundo al margen del poder, entonces desde arriba empezarán a soltar más democracia, esa que van soltando a cuentagotas según crean que les vale la pena: así aprobaron el voto de la mujer, el voto en el extranjero, el voto secreto, los usos y costumbres, los supuestos límites de campaña, instituciones electorales y todo lo que ellos consideraban que podía mantener la esperanza en el sistema electoral. Nunca una democracia plena. Plebiscitos, referéndums, consultas, afirmativa ficta, revocación de mandato, candidaturas independientes, transparencia, autonomía, soberanía nacional, alto a la impunidad y todo lo que se nos ocurra que debe añadirse a una democracia, sólo lo harán posible los altos funcionarios cuando vean amenazado su sistema, para que la gente vuelva a las instituciones y siga confiando en sus autoridades, no sin antes diseñar ciertos candados para que esos cambios no se lleven a la práctica. Así es, así ha sido y así será la política en México mientras sigamos protestando.

Entonces, efectivamente, la protesta es un derecho, pero es inútil, es nociva, y sólo sirve para perpetuar el orden establecido. Si queremos que las cosas cambien, habrá que callarse, ponerse a trabajar en ello y dejar de pensar en llegar a un puesto de gobierno. Mientras uno siga pensando dentro de los parámetros del estado y sus instituciones, del “estado de derecho” vigente y del sistema capitalista, “otro mundo” de justicia no será posible y nuestras acciones siempre irán en la dirección equivocada. Porque el capitalismo inunda la economía, la política y la ideología de la sociedad; y su sistema electoral es así mismo capitalista, no llegaremos a ningún lado con él.

5. La Junta Nacional de Buen Gobierno

Empecemos por formar una Junta Nacional de Buen Gobierno, es decir, un nuevo constituyente, un gobierno paralelo, al margen de la ley, ése que no pudieron concretar los zapatistas ni Andrés Manuel López Obrador. Pero no simbólico como el equipo formado por éste en 2006, sino de veras, que trabaje. Que trabaje sin recursos y con los recursos que la ciudadanía vaya aportando, con gente dispuesta a desgastarse en él. Sin autopropuestas, con gente avalada por su comunidad o por algún sector de la población. Porque es muy fácil autoproponerse para lo simbólico, subir al estrado y nada más. Ya es hora de pasar de lo simbólico a lo real.

Y eso significa trabajo, organización, amenazas y salto de mata.

Empecemos a diseñar una nueva constitución, ya se hizo recientemente un primer llamado. ¿Por cuáles artículos comenzaremos? Hay temas prioritarios, como los tratados en el artículo 27, sobre la propiedad; o sobre la educación en el artículo 3º; o sobre nuestros pueblos indígenas en el artículo 2º; desde luego el artículo 123, sobre las relaciones laborales; el 41, sobre nuestros métodos electorales; el 115, sobre los municipios; el 130, sobre la relación iglesia-estado; en fin, hay mucho que discutir y reorganizar. Presentemos propuestas, organicemos consultas por sectores, por regiones o como se pueda. Ése día, los legisladores y los partidos políticos se pondrán a trabajar y nos presentarán sus propuestas, pero nosotros ya habremos emprendido otro camino.

Esta nueva constitución no será para que la avale el actual Congreso de la Unión, ni el presidente de la república ni las legislaturas de los estados, estará avalada por el pueblo y eso será más que suficiente. A medida que la gente se vaya sumando a este nuevo gobierno, la fuerza será tal que los actuales funcionarios se irán por su propio pie, sin haberse disparado un solo tiro. No tengamos miedo y estemos dispuestos a sufrir cualquier consecuencia. México. Mayo de 2014.

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